5.5.08


Roberto San Martín ya no es uno de los nuestros. Ha esperado hasta el último momento para desertar, para darse a la fuga y no volver jamás.

Todo empezó el pasado día 3 de mayo. La multitud le esperaba, su familia, sus compañeros de clase. Algunos vestidos con capelina, otros con lentejuelas. Era el día de su licenciatura. Quien le conozca, sabrá que a Roberto nunca le ha gustado esto de las concentraciones de gente, y mucho menos levantar expectación.

Suponemos que este fue el motivo detonante para hacerle tomar la decisión de no presentarse al acto. Ni a la cena (con lo ricos que estaban los pimienticos). Su silla quedó desierta, el sobre del manifiesto de la promoción 2008, sin abrir. La capelina, negra inmaculada, muerta de asco en una taquilla. Y Roberto, sin aparecer.

Los que le queremos decidimos ir a buscarle. Pasamos por la tienda San Martín, en lo viejo, y el testimonio de sus padres, desolados fue éste: "Mi hijico siempre dijo que quería ser guionista, y yo lloro desconsolada por su desamparo, ¿pero de qué vivirá? No paro de sufrir por él, seis años estudiando duro, el pobre, para esto... Por favor, Roberto, txiki, vuelve a casa, lo del guión está muy bien pero no lo hagas... en la tienda siempre habrá sitio para ti".
Decidimos buscarle por su zona, la Wild Wild Villaba. Pasamos por el club de ciclismo, y nadie supo decir. Mala lenguas apuntan que deambula por el barrio con un lápiz Staedler HB y un sacapuntas, y que ataca verbalmente a todo aquél que se le acerca. Se dice por ahí que se ha convertido en: ROBERTO EL REDACTOR.



Sabemos que su astucia y su escritura afilada y punzante (como su lápiz) le puede hacer llegar muy lejos. Pedimos la colaboración de cualquiera que le haya visto, o reconozca sus textos ácidos. Podrán reconocerle en textos de ficción, en blogs de crítica de cine como también en reseñas literarias. Que nadie le provoque, por favor, que nadie se atreva a criticar a Carpentier, ni a Paul Auster. Eso sería una catástrofe para quien lo intentara. Roberto el redactor atacaría, desde donde esté, con su lengua viperina dejándole K.O.